En 1993, mi hija Leila Sossa Simanca se mudó de Montería a Bogotá para trabajar en Cedinpro. En uno de sus viajes de regreso a casa, se resfrió gravemente. Aunque un médico le había recomendado que se sacara sangre debido a que tenía «mucha sangre», ella no lo hizo.

Un día, la gripe empeoró y sufrió una hemorragia nasal muy grave. Tras una atención inicial donde le pusieron una gasa, me avisaron de su hospitalización. Fui rápidamente a buscarla a una clínica cerca de Unicentro.

Era el 7 de diciembre, Día de Velitas, y yo tenía planes de asistir al Garelo de la Luz de mi Maestra Regina 11, pero tuve que llevar a mi hija de urgencias al Hospital San Ignacio. Recuerdo que llevé una toalla que vendían donde Regina “11” y le dije que la usara para no manchar el carro.

Durante el camino, mi mente se concentró intensamente en el Garelo de la Luz y en la curación de mi hija. Le pedí a la Madre que, al llegar, solo tuvieran que ponerle unas gotas y no necesitaran operarla. Sentí una conexión muy fuerte.

Al llegar a urgencias, mientras pagaba el taxi, dos médicos se acercaron a recibirla de inmediato, algo extraño dada la cantidad de gente en la sala de espera. Atendieron a mi hija primero, a pesar de que muchos otros tenían el mismo problema de sangrado. Le sacaron la gasa y le echaron tres gotas en cada fosa nasal. Después de observarla por un par de horas, el sangrado se detuvo por completo y jamás volvió a sangrar.

Salimos del hospital casi a las once de la noche. Aún me pregunto por qué esos dos médicos la recibieron tan rápido. Creo que fue el resultado de la gran fe y concentración que tuve en ese momento, una fe que, junto con la toalla, ayudó a sanarla. Doy las gracias a mi Madre por sus invaluables enseñanzas y favores.

Carmen Mariana Simanca Barrera – Saurológa Avanzada.
Vilma Guzmán – Redactora