14 de febrero de 1977

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Hoy se cumplen 20 años 

del suplicio iniciado en Bogotá.

El sol se mostraba tímidamente

cuando las gentes, rodeaban la catedral.

Al mediodía el sol esplendoroso 

mostraba sus ribetes de oro y perla,

las multitudes esperaban ansiosas 

mi llegada a ese lugar.

Abrí al máximo los ojos,

luego los cerré con suavidad,

escuchando un hermoso concierto de suspiros

y al instante un solo grito que al unísono decía:

Sssí, si es la madre!

Un murmullo de amor todos sentían 

y mi aliento muy quieto se quedó.

Que bellas sensaciones se sentían,

de cada persona que semejaba 

una estrella en el lugar. 

Cuántas esperanzas se forjaban 

del enfermo y el aliviado 

esperando que impartiera 

mi fuerza vivificadora

en una pausa indefinida,

y con ella sus penas olvidar.

Exploré ávidamente alrededor

encontrando enfermos, desvalidos 

y ante todo espíritus sedientos de saber.

Fue una lucha con la prensa,

una larga pesadilla,

una lucha de mi esposo 

porque diera alivio a quien esperaba 

recibir mis vibraciones para salir curados 

y a los cuatro vientos gritar 

que Regina me ha sanado, que ahora

vivo sin dolores y siento gran felicidad.

Al púlpito pidió monseñor que me subiera

y, desde allí, observé las multitudes.

El pueblo enmudeció por un instante 

y mi fuerza descargó todos sus rayos 

curando al agonizante 

y dándole esperanza al corazón del pobre rico.

Hasta las columnas lloraban de alegría 

viendo el milagro de la resonancia,

en la misma frecuencia del pobre, del rico,

del blanco, del negro y todas las edades.

Sentí una dicha irresistible,

por un instante, creí tener la fuerza de otro mundo,

los gritos de júbilo resonaban en mi tímpano,

las gentes se veían gigantescas

y un hilo de luz, saturaba todo mi físico.

En un instante recorrí todo el universo

viendo la frescura del amor

y la sinceridad de un pueblo.

Fue allí, cuando sin saber porqué,

lo engendré a usted,

sembrando un jardín en el sol de mediodía.

El abono de odio de todos los medios,

y el gobierno en general,

hizo posible el milagro que ese árbol se creciera.

Las flores retoñaban cada día

pero algunas se caían dando campo al pisoteo

y otras entregando el dulce canto

que palpita en el encanto

y haciendo la multiplicación

cuántos hijos me abandonan,

pero jamás yo a ellos abandoné.

Muchos vuelven doloridos 

por saber que me han negado

pero las puertas siempre abre

ese gran amor de madre.

Hoy se cumplen 20 años de esa linda sensación,

cuando engendrara a mis hijos con una gran violación.

Hoy, después de veinte años por ese motivo,

estoy condenada,

pero triunfando e irradiando el amor

que tanto mis hijos añoran,

sintiendo que muy pocos se marchitan

y viendo florecer mi esplendorosa familia

que le dará la paz al mundo

y sin ningún egoísmo expandirán su calor,

su dicha y su esperanza a quien nada sabe de mí. 

Soy esa verdadera madre 

que aun, con hijos sordos, mudos, ciegos,

a sentir de nuevo el amor 

que un día sintieron por mí

y los que nunca me dejaron,

verán el premio llegar a su lado,

a su hogar y a su patria en general.

Santafé de Bogotá, D.C. 14 de febrero de 1997 

Fuente: Cantos y poemas - Regina Liska Betancur. 
Imagen: Edgar Reascos.